OPINIÓN

¿COSTINO O HUASO COSTINO ?

Por cerros y quebradas, casi siempre subido en su caballo y con un perro enredado en los pies, este personaje que marca todo el paisaje de nuestra costa ha recibido históricamente el nombre de costino. Pero su verdadera identidad arranca de una condición campo-mar, que reconocemos y utilizamos en la promoción de nuestros atractivos ante el visitante. Somos ruralidad, a la vez que costa. Tal vez ya sea hora de que el hombre de campo costino pase a llamarse, con propiedad, huaso costino.

Por: Anna Blú A. Fecha: 4 de septiembre de 2023

Hace tiempo que visitar la costa dejó de significar sólo playa y sol. O venir a comer mariscos. Del mismo modo que la comunidad de pescadores, algueros y salineros -hoy les decimos simplemente mareros- representan sólo parte de la costa. El resto está formado por esos seres silenciosos que transitan por los cerros o se reparten entre los valles de la Cordillera de la Costa, trabajando su pedazo de tierra, cuidando sus animales e hincando la rodilla cada domingo en la pequeña capilla de su lugar.

Y forman así esta mágica constelación de pueblitos campesinos y pescadores que hoy atraen al visitante a la costa, asombrado de encontrar paisajes culturales en los que permanecen intactos saberes y tradiciones que nos hablan de una pureza nativa. En que se le reza con auténtico fervor a un santo y se le paga puntualmente la manda. En que se celebra de acuerdo con los tiempos de la naturaleza, sea la fiesta de la trilla en Barrancas o la cosecha de la frutilla en Panilongo. En que se hace la vida lenta, conversada, al lado del mate y del fogón.

Este campesino de costa se ha hecho a sí mismo, a gusto con una vida sencilla pero libre, tal como la que llevan los pescadores artesanales. Ese espíritu de independencia costina recuerda más a los primeros habitantes del litoral, que al orgulloso conquistador godo.

Hasta hoy, mira más hacia el mar que hacia tierra adentro, donde prosperó otro tipo de campesino. El huaso del valle central. Hombre orgulloso, con la manta calada al hombro y buen caballo. Ante él, la herencia indígena del huaso de costa se manifiesta en un espíritu modesto, pero altivo.

Es sabido que muchos de esos antepasados originarios de la zona -picunches o promaucaes- no se doblegaron ante la doctrina religiosa y la explotación que los convertía en mano de obra gratis del dominador español. Huyeron, refugiándose en asentamientos costeros, entre roqueríos de difícil acceso. Así, el costino quedó históricamente aislado, lejos de la modernidad y del desarrollo económico.

Hasta hoy, mira mucho más hacia el mar que hacia tierra adentro, donde prosperó otro tipo de campesino. El tradicional huaso del valle central. Hombre orgulloso, con la manta calada al hombro y buen caballo. Ante él, la herencia indígena del huaso de costa se manifiesta en un espíritu modesto, pero altivo.

No cultiva mostos de exportación en grandes viñedos, pero produce chicha y aguardiente en sus hijuelas. No arrea ganado vacuno, pero ha aportado con sus grandes pasturas una especie distintiva: el cordero de secano costero. Y cultiva con éxito la quinoa, cereal prehispánico, cuyas propiedades nutricionales fueron ignoradas por los españoles.

Bajo el puente que lleva de Cáhuil a Paredones, la memoria popular ha creado la Gruta del Indio Pobre. Manos anónimas han pintado allí un mural en homenaje a los primeros habitantes de la zona. Antepasados directos del pescador y del huaso costino, tal como los conocemos hoy. Sencillos y orgullosos. Agradecidos de Dios, del mar y de la tierra.

No se crea con esto que el huaso costino es hombre triste. A la primera saca la guitarra y cualquier ocasión es buena para celebrar. No hay desdicha que no se pase con la chicha, reza el proverbio en la costa. Puede ser la fiesta de la esquila, de la trilla, o de la Virgen de las Nieves. Sobre la mesa aparece enseguida el causeo, la ensalada de piure y el asado de cordero al palo. Todo bien regado en invierno de un pihuelo (vino tinto con harina tostada) o de un vino blanco con fruta picada en verano.

Buen conversador y buen contador de historias, el huaso costino recuerda cada leyenda y cada suceso que ocurrió en su terruño. No importa si fue “hace titantos años”. Para él es como si fuera ayer. Poco amigo del cambio y de la novedad, mantiene tradiciones celosamente. Las cabalgatas de huasos bien endomingados, que suelen escoltar las procesiones de santos y vírgenes hasta su templo de origen, reafirman hasta hoy su vocación de hombre de campo y de a caballo.

Pero de hombre que anda la tierra con la vista puesta en el mar. En él se funden la tradición campestre y la libertad ancestral que regala el océano. Es un huaso distinto. Es un huaso costino.